1. PASIEGOS.
Habitaban el valle del Pas y del Miera y la comarca de las Machorras en las estibaciones del alto de Lunada y de Estacas de Trueba. Geográficamente pertenecían a dos provincias, Cantabria y parte de Castilla León. Al igual que los vaqueiros practicaban la transhumancia de montaña, viviendo en pequeños prados y en los meses estivales ascendiendo la montaña, formas de vida que se remontan al siglo XI. De manera administrativa los Valles del Pas no tenían entidad institucional propia, perteneciendo al Monasterio de Oña cedidos por el Conde Sancho García en 1011 con los derechos de pastizaje. Hasta el año de 1689 las tres villas pasiegas no se constituyeron como villas independientes (habían dependido de Castilla, de Burgos, de Navarra y de Cantabria).
Las peculiaridades pasiegas se han transmitido hasta nuestros días. Hoy, se puede considerar que los pasiegos son el único pueblo vivo, con sus campos, prados y ganado. Los pueblos de los pasiegos se constituyen en grupos de pequeñas casas que se agrupan en torno a una iglesia, cada prado o sel, posee estas cabañas, sencillas y austera de tejados de pizarra y dos plantas. La vida se desarrolla en la vivienda y en el prado, pese que con la industrialización y la expansión urbanita su ecosistema es uno de los que más se han dañado.
La estigmatización aunque menos intensa que la que sufrieron los pueblos que hemos visto previamente, también tuvo lugar y los pasiegos fueron vistos como aldeanos, pobres e incultos y a veces malencarados. El origen de la misma es dudosa, hay teorías en los que la creencia de su cercanía a diferentes razas como árabes y judíos pudo condicionar la inquina social, evidentemente muy poco probables. La realidad de la estigmatización reside en el aislamiento, la pobreza y la incultura. Al igual que los vaqueiros su folklore su cultura, viva incluso hoy, comparte rasgos comunes con un gran nivel de sincretismo entre lo cristiano y lo pagano, contando con un gran número de tradiciones y creencias comunes con otras culturas rurales.
2. MARAGATOS.
La peculiaridad de los maragatos es que no fueron un pueblo claramente estigmatizado. Nunca sufrieron las persecuciones de los anteriores y se mantuvieron orgullosos de su origen, incluso muchos tuvieron éxito en los negocios gozando de importantes fortunas.
La maragatería se emplazaba en lo que hasta el siglo XIX se llamó la Somoza, espacio geográfico que ocupa esta comarca leonesa adscrita a la Diócesis de Astorga. El término maragato es muy reciente y en realidad su origen es dudoso, desde venir de mauri-copti o moro cautivo hasta que desemboca de mauriscato en maragato, otros defienden que procede de Maragat una provincia a orillas del Nilo, en fin sin demasiado fundamento. En realidad el término maragato se puede considerar que es reciente y puede venir del término mercader, lo cual es más factible, ya que consideraría el término nos desde el punto de vista etimológico, sino antropológico y etnológico.
Se establecieron desde la Edad Media en la provincia de León, que practicaron la endogamia y que su cultura se basó en la arriería. La leyenda sitúa su origen cercano a los moriscos, judíos y otros pueblos marginados. La forma tradicional de comportarse y vestir tan diferente al resto del país, con sus calzones grandes o bragas maragatas, sus sombreros de anchas alas tirando de un carro con mulas es la clásica descripción del maragato. Una vez que se van estableciendo en las urbes, renuncian a sus trajes tradicionales con la aculturación.
En la zona geográfica que nos ocupa, las gentes empezaron a dedicarse al comercio y a viajar, surgiendo un comercio arriero sin equivalentes en el país. La Maragatería era pobre en suelos de cultivo, lo que condicionó unas características sobrias y una necesidad de sus gentes de dedicarse al comercio. Sus casas y costumbres eran austeras sin lujos ni tentaciones. El hombre vivía en los caminos y las mujeres y los niños esperaban en el hogar. Según su economía y prosperidad debidos al comercio fueron mejorando, intentaron integrarse en una nobleza que en ocasiones salvo para mantener el comercio y las riquezas les cerró las puertas.
Las vestimentas en los hombres ya descritas, o los adornos típicos de las mujeres, colgados del pecho como un rosario, llamados arracadas (sartas que eran relicarios con figuras religiosas propias), fueron un signo de identidad mantenido incluso durante el siglo XIX. Curiosamente una tradición gastronómica y cultural ha llegado hasta nuestros días, quien no conoce el cocido maragato, en el que la sopa se sirve al final. La tradición nos dice que se come así porque durante la ocupación francesa se decidió ese orden para que pudiera dar tiempo, una de tantas teorías de las que existen. También las bodas, las fiestas han permanecido en el imaginario y la tradición hasta nuestros días. Hoy reconocemos prácticas recogidas en documentos como la covada, practicadas hasta hace un siglo: tras el parto el marido se colocaría suplantando a la madre quedando a solas un rato con el recién nacido, o permaneciendo los tres en la cama. En esta costumbre se ha visto la intención mágica de que el varón atraiga los malos espíritus, haciendo que la madre y el bebé que están más débiles quedaran protegidos. Estas prácticas ancestrales se han recogido también en otros pueblos del norte.
El aislamiento al que se sometieron los maragatos tiene un doble origen, en primer lugar el económico en los siglos XVI y XVII, cuando surge la pujanza económica de los mismos, despertando envidias y suspicacias entre los vecinos, unos nuevos ricos ajenos a la nobleza eran considerados extraños y de ahí su relación con los judíos. El segundo, más tardío es el aislamiento voluntario al que se sometieron para conservar unas estrictas costumbres incluso en el seno de la familia.
A partir del siglo XX pasaron de viajantes a viajeros y a establecerse en núcleos urbanos, incluso migrando al Cono Sur, de hecho gran cantidad de maragatos migraron a la Patagonia y a Uruguay dejando su huella incluso en la vestimenta, que para algunos autores conformará la del moderno gaucho.
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